10 septiembre 2014

El Festival de los Cerezos/9

Era 23 del mes de Pharast, y faltaban 8 jornadas para el comienzo del Festival. Têru se despertó empapado en sudor. Tardó algunos instantes en comprender que se encontraba en "Las 12 casas" y aún algunos más en dejar de temblar. En la mano sostenía algo con lo que no recordaba haberse ido a dormir: un pequeño colgante de jade en forma de media luna.

Era temprano, insultantemente temprano para él... pero no sentía ningunas ganas de volverse a dormir, gracias. Saludó a Hiro, tratando de recuperar el buen humor. Hoy tenía muchos asuntos que atender:
- Al mediodía vendré a tocar algunas piezas.
Hiro estava a punto de responder que ya era mediodía, hasta que se dio cuenta de que no, que esta vez el kitsune se había levantado mucho antes de lo habitual. Apenas pudo asentir, distraído con la buena nueva.

Después de darse un chapuzón en las frías aguas del río y desayunar ligero, Têru fue a ver a Minku Po, el capitán de la guardia, para informarle de lo que había pasado la noche anterior con Goro. No le hacía ninguna gracia que unos matones sureños camparan impunemente por Koyotei. Encontró al capitán Po haciendo ejercicios de entrenamiento con un pelotón de campesinos en la esplanada que había tras su casa. Aquella panda de novatos no sería capaz de detener a un robasetas si se lo encontraran de espaldas, pero la  mirada de Minku emanaba confianza. No en lo que eran, sino en lo que podían llegar a ser.

- ... Aikiochu, muy bien ese giro de muñeca, creo que podrás hacer la prueba. Buenos días, Têru-san. Has madrugado hoy. ¿Matones en Koyotei? No he oído nada de eso, muchacho. ¿Otra vez peleas en el puerto? -el capitán no parecía fiarse demasiado de lo que Têru le contaba, y su mirada volvía una y otra vez a los ejercicios de sus aprendices-. Bueno, luego iremos a dar un vistazo por la zona. El que no debería pasar por el puerto eres tú: ese barrio es para mayores.

El resto de la mañana lo empleó Têru en buscar a su amigo Shinji Ikari y preguntar por las tabernas del puerto acerca del tal Enoga de Oddo. Descubrió que Ikari se había tomado algunos días libres de sus ocupaciones en el castillo para atender ciertos asuntos personales y que se había marchado hacia el Este. Más éxito tuvieron sus pesquisas sobre el otro nombre: Jefe Enoga parecía ser el mayor líder criminal de la gran ciudad de Wanshi. Nacío aún más al sur, en Oddo, el mayor núcleo de població de la isla Aogaito, y desde allí parecía haber construído un pequeño imperio de yakuzas y piratas. Nadie le buscaba las cosquillas a Jefe Enoga.

Luego subió hasta la biblioteca que años atrás había cedido amablemente al pueblo el Sennin Tachibana Kokomo. Abundaban los rollos y volúmenes sobre tradiciones populares, leyendas y otras curiosidades. No tardó demasiado Têru en descubrir que la luna de jade era un símbolo de Tsukiyo, el dios de los espíritus, relacionado con las liebres, los conejos y el más allá, y más famoso por ser el amante de la patrona del país, Shizuru. Si se concentraba en aquel medallón con el que había despertado, si se concentraba en los olores que de él emanaban, no los que cualquier nariz podía sentir sino los que sólo un olfato feérico podía captar... notaba los ténues rasgos de la peonia y el bambú. Lo que, había aprendido, se correspondía al rastro que dejaba la magia encantadora y la transmutadora, según los sistemas de clasificación humanos.

Como había prometido, volvió a tiempo a la posada para animar la comida a los pocos parroquianos que rondaban por allí (de siempre habían tenido mejor fama los almuerzos que se servían al otro lado del pueblo en "El Polvo del Camino").
- Dentro de algunos días, esto se llenará -le dijo, seguro de lo que decía, Hiro.

Por la tarde, Têru subió hasta el balneario "Boca del Infierno". A veces, cuando los turistas adinerados  llegaban a tomar las cáldeadas aguas del lugar, requerían sus servicios para entretenerles. Tuvo suerte y pasó varias horas tocando piezas de todo tipo para unas señoritas llegadas de la capital. No cobró ni una pieza de cobre, pero los guardias se aseguraron de servirle unas cuantas bebidas exóticas, a lo que el kitsune nunca podía negarse. Probó algo llamado "kumis" del que nunca había oído hablar, y que resultó ser leche de caballo fermentada. Suave como una cerveza. Luego se permitió una copa de "baiju", un brebaje claro destilado del sorgo, con un sabor ácido que no era para todos los paladares y una potencia alcohólica más que considerable. Decidió parar de beber antes de que su destreza con el ud se viera comprometida. Fue difícil complacer a aquellas señoritingas, que hubieran preferido a un músico algo más experimentado, pero acabaron convencidas de que, aunque no fuera un maestro, Têru sabía lo que se hacía.

Têru se despertó al salir el sol, ahogando un grito y de nuevo bañado en su propio sudor. El mismo sueño. El mismo terrible y sobrecogedor sueño. Algo no andaba bien... Nunca había repetido un sueño dos veces en toda su vida.
(CONTINUARÁ)

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