30 septiembre 2014

El Festival de los Cerezos/12

- ¡Corred hacia aquí! -gritó Katsumi, tratando de llamar la atención de los aterrorizados jornaleros-. ¡Yo  intentaré detenerlas!

La novicia de Shizuru se plantó en mitad del camino, sosteniendo la katana con fuerza y tratando de adoptar la posición marcial estratégicamente más adecuada. Los entrenamientos junto a Sora y la madre superiora Aoi pasaban por su mente mucho más rápido de lo que las hormigas gigantes embestían por el campo.
Tras ella, Têru se maldecía por no haber recordado la inutilidad de lanzar un hechizo de sueño a unos insectos y repasaba lo que conocía de aquellos seres: por el tamaño de las mandíbulas y las patas, las dos que venían eran de tipo obrero. Por suerte no tenían aguijón ni inoculaban veneno alguno. Y sin embargo había algo extraño en ellas, en la desproporción de alguno de sus miembros, de sus ojos, de sus bocas, en el brillo rojizo que bordeaba su mirada oscura y en lo erizado del vello del dorso. No eran hormigas corrientes... incluso obviando que medían más de un metro.

Los campesinos corrieron hasta rebasar la bien protegida figura de Katsumi, su flamante armadura casi nueva. Trastabillearon otra vez, casi tropezaron con el terror pintado en sus rostros, y se desplomaron sobre la cebada en cuanto cruzaron al margen contrario del camino. Inmediatamente llegó la primera de las hormigas gigantes: Katsumi le pegó un tajo con la katana, débil, destinado a atraer su atención más que a herirla. Y desde luego que la obtuvo: la criatura se revolvió hacia ella y la mordió en la pierna derecha. Katsumi sintió un dolor agudo cuando las afiladas mandíbulas se cerraron sobre ella. Un dolor que sólo en parte era físico: había algo más, algo perverso y antinatural que trataba de destruirla con aquel mordisco. Sin detenerse a pensar en ello, apartó con el escudo que llevaba prendido del brazo izquierdo a la segunda hormiga.

- ¡Haced un fuego! -masculló Têru a los campesinos. Lo miraron con ojos muy abiertos:
- ¿Con qué quieres que hagamos un fuego, ahora?

El kitsune se adelantó un poco y, con un movimiento seco, hizo aparecer en su mano un fruto de aspecto enfermizo, verde y preñado de un zumo ácido. Lo tiró contra una de las hormigas con la esperanza de quemarla... pero al estallar sobre la costra quitinosa que la recubría, la energía arcana mutó caprichosamente. En lugar de humear, el insecto gigante comenzó a rielar, y a oscilar entre la imagen imprecisa de otras cinco hormigas.
- ¡Ups!
- ¿Ups? -Katsumi estaba boquiabierta mientras trataba de mantener a las criaturas a raya-. ¡¿Pero tú de parte de quién estás?!
Los dos campesinos que habían llegado huyendo siguieron su carrera por entre las hileras de cereales. No obstante, ver a los dos jóvenes plantar cara a los enormes seres infundió valor en el corazón de los otros tres. Uno de ellos golpeó con el rastrillo a una de las imágenes fantasmales de la hormiga, que desapareció:
- ¡Es una ilusión! ¡Sólo hay dos!

Katsumi se protegió un flanco, rechazando más contactos con aquellas fauces chasqueantes, mientras clavaba la katana, ahora sí con fuerza, en la otra hormiga. Los insectos retrocedieron unos pasos, aprensivos. Eso envalentonó aún más a los campesinos, que rodearon a las criaturas: no siempre acertaban con sus golpes, ni los dirigían de manera efectiva contra las partes blandas de las hormigas, pero de vez en cuando eliminaban alguna de las copias ilusorias creadas por error o las distraían lo suficiente para que las frutas ácidas de Têru y los tajos contundentes de Katsumi las fueran cansando.

La hoja de la katana seccionó la cabeza de la hormiga gigante herida: salió rodando camino abajo, mientras el cuerpo se estremecía unos instantes antes de quedar exánime, sangrando en el camino. Al mismo tiempo la otra criatura, cuyos bordes aún rielaban imprecisamente, dirigió su atención al kitsune y le mordió el abdomen. El zorro aulló y respondió a su vez con un mordisco, retrocediendo por el campo.
- ¿Me quieres a mí? ¿Te gusta la carne de zorro? ¡Ven a por mí, ven a por mí!
Las hoces de los campesinos chocaban contra el caparazón de la criatura, haciendo saltar chispas como si golpearan una piedra con metal. Las dos últimas copias ilusorias con las que compartía espacio se deshilacharon en el aire, como humo.
- Protege a tus fieles -murmuró Katsumi. Un destello de energía dorada emanó de su cuerp, bañando a todos los humanos y al kitsune, pero curiosamente no a la hormiga, restañando algunas de sus heridas y devolviéndoles una parte del vigor. El campesino más fornido de los tres le clavó la hoz al desproporcionado bicho entre los cuartos traseros. ¡Sangre al fin!

La hormiga parecía histérica. Se revolvía hacia cada uno de ellos con cada nuevo golpe y casi derribó a Katsumi en sus enloquecidos giros. El labrador fornido se llevó un mordisco que le dejó un buen surco de sangre en el brazo. Pero golpe tras golpe, puñalada tras puñalada y corte tras corte acabaron con la resistencia de la criatura y esta acabó doblando las seis rodillas y mordiendo el polvo.

Los cinco estaban jadeando:
- Bien hecho camaradas, ¡gracias Katsumi!
- Gracias a todos -respondió ella-, no lo hubiéramos conseguido si no hubierais sido tan valientes.
- Criaturas del demonio -dijo uno de los campesinos, pateando el cuerpo quitinoso más cercano.
- Quizás tengas razón -sugirió Têru-. Además de su tamaño extraordinario, estas hormigas tenían algo... diabólico en su mirada.

Katsumi limpió la katana en la hierba antes de envainarla de nuevo. Con un rápido vistazo comprobó el estado de las heridas de todos:
- Permitid que la bendición de Shizuru sane vuestras heridas en gratitud por el valor demostrado -y añadió con una afable sonrisa-. Tendréis una buena historia que contar en la fiesta.
La kannushi cerró los ojos, encomendándose a las alturas, mientras sentía como el poder divino de Shizuru la invadía, canalizándose a través de su cuerpo y sanando las heridas de todos. 
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Dieron media vuelta. En la granja de Suripachi Taro, Têru y Katsumi fueron oportunamente informados de que, en efecto, la muy querida bruja Wakahisa pasara hacía algunas horas con dos jóvenes de camino a Koyotei, que este año iba a llegar incluso antes del comienzo del Festival, y que sin duda aquello era un signo de buena fortuna.

Aunque apretaron el paso, no lograron darles alcance aquel día, ni al siguiente. Los campesinos con los que se cruzaban les indicaban que, sí, Wakahisa y los dos jóvenes habían pasado por ahí algunas horas antes, pero la anciana y sus acompañantes parecían haber madrugado más que ellos y mantener un paso endiabladamente intenso de vuelta a Koyotei.

Finalmente, cuando estaban a punto de alcanzar Koyotei al caer la tarde del día 28, divisaron un grupo de figuras a lo lejos, que cruzaban en aquel instante bajo el Torii conocido como "El Profeta". Una de ellas tenía, claramente, una larga melena blanca, la señal de Wakahisa. En cuanto hubieron cruzado, las tres figuras se separaron y siguieron caminos distintos.

Faltaban apenas 72 horas para que arrancase el Festival de los Cerezos.

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